REMEMBRANZAS DE UNA VIEJA BICICLETA

Manifiesto de la marcha cicloturista en las fiestas del barrio 2015.
Javier Sánchez Fernández, vecino activo de La Victoria.




      Permitidme, amigas y amigos bicicleteros, que este manifiesto cambie sus formas habituales y se torne más en la narración de hechos del pasado.
     Quiero hablaros de recuerdos ya algo lejanos, pero que sin duda están repleto de enseñanza y reconocimiento hacia una persona que sentía verdadera pasión por esta simpática máquina a pedales sobre las que hoy circulamos por las calles de nuestro barrio.
     Os voy a contar la historia de José.
     José fue un gallego (de Lugo para más señas) que, por avatares del amor y del servicio militar, se instaló en Valladolid en los años 30 del pasado siglo. Fue el barrio de La Victoria su primera morada y una casona molinera de dos plantas, de la actual calle Saturno, su residencia. Una casa de las que hoy todavía permanecen en pie, que estaba rodeada de otras casonas, entre caminos paralelos al Canal, junto a tierras de labor y muchas huertas que, pocos años más tarde, se convertirían en industrias textiles.
     Como supondréis, aquellos años no eran nada fáciles, y había que trabajar muchas horas y en muchos sitios distintos para completar un pequeño jornal con el que subsistir.
     Y aquí es donde aparece la protagonista de nuestra historia: la bicicleta.
     En aquellos años disponer de un velocípedo –de la marca Orbea para más señas- no era algo para nada sencillo en cualquier familia trabajadora y humilde. La bici qué José consiguió comprar, con sacrificio y esfuerzo,  pasó a ser rápidamente una parte inseparable de él.
     Con su pesada pero cómoda máquina, fabricada en hierro color azulado que muchos años después cambió al verde esperanza, realizaba varios trayectos al día atravesando de punta a punta toda la gris ciudad de posguerra. Así, con el alba de la mañana,  José monta en su Orbea para tomar rumbo hasta la Azucarera Santa Victoria, circulando por una ciudad tranquila y serena, cruzando el Puente Mayor, siguiendo por el paseo de Isabel la Católica, en paralelo a las vías del tren burra y completando su recorrido hasta el final de un Paseo Zorrilla que en aquellos años no tenía el bullicio de tráfico que ahora padece. Pocos años después, José se traslada a vivir hasta el vecino barrio Girón, y también cambia el sentido de sus trayectos laborales hasta la nueva fábrica de NICAS. Estamos en los años 50, donde la ciudad empieza a sentir los primeros efectos de la industrialización.
     Muchos kilómetros se iban acumulando en piernas y piñones, transitando muchas veces en compañía de otros ciclistas que hacían más llevadera la marcha. Eso sí, lo que era muy frecuente eran los temidos e inoportunos pinchazos. En definitiva, José me mostraba con sus recuerdos como la bicicleta además del modo de transporte habitual de muchas personas por esos años, fue también una parte importante en su vida.
     Pero los tiempos fueron cambiando. El crecimiento de Valladolid, tanto de sus barrios como de su población, trajo consigo una mayor presencia de vehículos a motor por las cada vez más numerosas calles y carreteras.
     Muchas personas acabaron por cambiar su bici por un coche, empujados, en muchos casos, por el ansia de olvidar las penurias de otros años y  aparentar así  otra situación personal. Eran, como os dije, tiempos duros.
     José, sin embargo, siguió aferrado a su bicicleta. Nunca le gustó esa chatarra con ruedas que chupaba tanto gasoil y escupía un humo negro asfixiante. Y no sería por oportunidades. Un vecino “gironés” le animó a que probara la conducción de su recién estrenado utilitario, asegurándole que con un coche como ese podría desplazarse de forma más segura y rápida. ¡Qué equivocado estaba!   Nuestro buen amigo José, por no quedar mal con su pesado vecino, accedió a conducir un rato. Poco duro la prueba pues, al tomar la primera curva y con el impulso de un bordillo y el freno de un árbol, tanto José como su vecino se dieron cuenta que esto de la conducción no es una empresa sencilla y mucho menos segura. La bicicleta seguiría siendo por muchos años su compañera fiel.
     Estamos avanzando en el tiempo. La historia se aproxima a su final.
     Nos detenemos un instante en los años 80. La ciudad ha crecido y debido a ello ha experimentado un cambio enorme en su fisonomía. Barrios y calles por las que antes podías de forma plácida son dominadas por la presencia apabullante del bien llamado tráfico pesado. Semáforos, bocinas, ruido, contaminación, insultos… José, que sigue cumpliendo años y añadiendo kilómetros a su bicicleta, no comprende cómo la gente le pita y le exclama que se aparte del camino, que estorba, que molesta con su vieja máquina de pedales.
     Pero José, a estas alturas del relato, ya no necesita coger su bici para ir al trabajo; le tocó la hora de jubilarse. Son años en los que un José ya abuelo usa la bici para acercar a su nieto hasta el colegio Miguel Delibes, o quizás para realizar la compra en los comercios de La Victoria. Son trayectos ya más breves, transitando con parsimonia por las calles de un barrio que le gusta y reconoce, acompañado por un pequeño crio sentado en su trasportín trasero que ve como la bicicleta, todavía ágil y recién coloreada en verde, se mostraba aún orgullosa en su pedalear.
     Creo que es momento de revelaros quien es nuestro amigo José. Seguro que muchos ya lo habréis adivinado. Él fue mi abuelo. Y fue la persona que me transmitió la pasión por el uso de la bici, quién me regaló mi primera bicicleta recién cumplidos los 7 años, y, sobre todo, con quien compartí muchos  paseos ciclistas hasta que sus fuerzas ya dejaron de acompañarle.
     Ahora la vieja Orbea nos contempla colgada en una pared de su vieja casa, donde cada vez que la veo me recuerda a mi abuelo y también lo dichosos que somos todos aquellos que hemos sabido apreciar y practicar el ciclismo urbano.
     Por eso, porque mi abuelo así lo vivió y porque La Victoria es un barrio que reconozco como CICLISTA, desde este estrado a dos ruedas reclamo:
  • Una política activa de promoción del uso de la bicicleta como medio de transporte pacífico, saludable y ecológico, por parte de las autoridades municipales.
  • Concienciación de todos los usuarios de la calzada, donde incluyo a los ciclistas, del respeto por las normas de tráfico.
  • Mejora y accesibilidad de las vías verdes y carriles bici existentes con el fin de lograr una red viaria ciclista segura y sensata.
  • Y por último quiero animaros a todos vosotros a que cojáis vuestra bicicleta todos los días del año. Ella sabrá agradecéroslo, igual que lo hizo con mi abuelo Jose.
Muchas gracias por la escucha,

¡Salud y pedal!

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